LA PAZ
La Tempestad, se apaciguó tras arquear las ramas de los árboles y reclinar todo el peso de su furia sobre el cereal de los campos. Las estrellas surgieron como maltrechos resabios de truenos lejanos, y el silencio ganó el espacio como si la Naturaleza nunca hubiera librado su batalla.
En ese momento, una joven mujer penetró en su habitación, y se hincó de rodillas junto al lecho gimiente. Su corazón desbordaba de agonía, pero pudo finalmente despegar los labios y decir: "¡Oh! Señor, haz que regrese a salvo al hogar. He Agotado las lágrimas y nada más puedo ofrecer, oh señor magnánimo y misericordioso. Mi paciencia se ha consumido y la calamidad busca apoderarse de mi corazón. Sálvame, Oh Señor, de las tenaces garras de la Guerra; líbralo de la Muerte despiadada pues está a merced de los poderosos. ¡Oh Señor! salva a mi amado que es Tu hijo, del enemigo que también es Tu enemigo. Desvíalo del sendero impuesto y guíalo hasta las Puertas de la Muerte; deja que me vea, o ven y llévame con él".
Un joven entró serenamente. Tenía la cabeza cubierta por una venda empapada de la vida que se le escurría. El joven se le aproximó recibiéndola con lágrimas y risas; luego tomó su mano y se la llevó a los labios encendidos. Y con voz impregnada de lejana tristeza, de la dicha del reencuentro, y de la incertidumbre de su reacción, le dijo: "No temas, pues yo soy la causa de tus ruegos. Alégrate, que la Paz me ha traído a salvo hasta ti, y la humanidad nos ha devuelto lo que la codicia intentó quitarnos. No te entristezcas; sonríe, amada mía. No te asombres, pues el Amor está dotado de poder para alejar a la muerte, y de encanto para conquistar al enemigo. Soy tuyo. No me contemples como a un espectro que emerge de la Morada para visitar la Morada de tu Belleza. No temas, pues ahora soy la Verdad, surgida del fuego y las espadas para revelar a los míos el triunfo del Amor sobre la Guerra.
Soy la Palabra que anuncia el comienzo de la dicha y la paz.
Luego el joven enmudeció; sus lágrimas hablaban el lenguaje del corazón. Los ángeles de la Dicha rodearon aquella morada, y los dos corazones recobraron la unidad que les había sido arrebatada. Al alba los dos permanecieron de pie en medio de los campos, contemplando la belleza de la Naturaleza herida por la tempestad.
Tras un silencio profundo y reconfortante, el soldado miró el sol naciente y dijo a su amada: "Mira, la Oscuridad está dando a luz al Sol".
autor: Khalil Gibran
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