miércoles, octubre 19, 2011

Israel y Palestina, las consecuencias morales de un canje


El soldado israelí Gilad Shaldit, tras ser liberado es recibido por el ministro de defensa israelí Ehud Barak, el primer ministro Benjamín Netanyahu y su padre Noam. Foto: EFE
Rogelio Alaniz

Si los palestinos obtuvieron una victoria política cuando reclamaron el ingreso a la ONU, Israel ha obtenido una formidable victoria moral canjeando a un soldado por mil palestinos, (1027 para ser más precisos). Si bien los líderes de Hamas festejan el acuerdo obtenido y el retorno de sus combatientes, queda claro que para la moral y para la historia Israel ha ganado la batalla probando que la vida vale y que esa vida debe ser respetada a cualquier precio.

En términos prácticos las negociaciones demuestran que un soldado de Israel vale por mil palestinos. No es Israel quien impuso esa proporción, sino los palestinos. Son ellos los que hoy festejan el retorno de sus combatientes, sin importarles o sin percatarse que de hecho están admitiendo la superioridad moral de su enemigo.

La relación de mil por uno es numérica, pero es también moral y política. Para que un acuerdo de esta naturaleza se haya llevado a cabo, es porque existen concepciones sobre la vida y sobre la muerte, sobre la sociedad y la trascendencia, que dan cobertura moral a determinadas soluciones. Es en ese sentido que hay que decir que la negociación entre palestinos y judíos puso en juego dos concepciones, dos visiones que incluyen a la política pero la trascienden.

Al respecto, no es ninguna novedad señalar que para los palestinos la vida de sus hombres está subordinada a la causa que dicen defender. Esa causa justifica no sólo la muerte de sus enemigos, sino el sacrificio de ellos mismos. Sus niños y adolescentes, también sus mujeres, son educados para el martirilogio. Hay que detenerse un instante a pensar sobre lo que significa un proceso de aprendizaje cuyo resultado consiste en la propia muerte en nombre de Alá.

Se dirá que todo proceso de liberación o toda lucha por ideales nobles exige arriesgar la vida. Es verdad. Pero una cosa es arriesgar la vida y otra muy diferente es sacrificarla. Es la sutil pero decisiva diferencia entre el guerrero y el suicida. Todo combatiente alienta la posibilidad de sobrevivir a la guerra. Esa esperanza otorga sentido a la lucha, ya que no hay coraje verdadero sin una cuota inevitable de miedo porque la valentía real exige sobreponerse al miedo de la muerte. Todas las estrategias militares clásicas parten de ese principio o de ese límite: los soldados en el campo de batalla pelean, no se suicidan. Desde Julio César a Napoleón, este principio orientó al arte de la guerra.

En el caso del suicida, esa lógica no existe; para el combatiente suicida su destino es la muerte, se ha preparado para morir y no sólo se ha preparado sino que, además, desea la muerte. El suicidio para el integrista constituye la verdadera salvación, la redención definitiva. Esa verdad la sabe él y su familia que celebra la marcha del hijo pródigo hacia la eternidad. Suicidas puede haber en cualquier sociedad, pero en este caso la diferencia está dada en que el suicidio es alentado desde la autoridad, desde el Estado.

El soldado profesional no es un suicida, ese es su límite. El límite obedece en el fondo a una concepción humanista que se impone a la lógica guerrera. Los generales pueden disponer de sus soldados para ir a la lucha, pero no pueden disponer de la vida de sus soldados. Esa diferencia es la que ha borrado el terrorismo suicida, que celebra jubilosametne la muerte de los otros y la suya.

La otra diferencia civilizatoria entre el soldado profesional y el terrorista se plantea en la relación que mantienen con los civiles. Los ejércitos profesionales combaten contra soldados profesionales y tratan de preservar a los civiles de la guerra. Este principio ha sido violado muchas veces, pero sobrevive, sobre todo en Israel. El terrorismo, por el contrario, no opera contra soldados profesionales sino que ataca objetivos civiles sin discriminar sexo o profesión.

¿Ejemplos? Entre los flamantes liberados se encuentran los autores intelectuales del atentado terrorista contra Dolphinarium, la disco de Tel Aviv. Como consecuencia del operativo murieron veinte jóvenes, cuya única culpa fue haber ido esa noche a bailar con sus amigos o sus parejas. Los judíos murieron, los terroristas se sacrificaron. Unos eligieron morir a los otros la muerte se les impuso. Los familiares de los judíos lloraron a sus muertos, los familiares de los terroristas los despidieron con cánticos y oraciones. ¿Se entienden ahora las diferencias culturales y civilizatorias? ¿Se entiende por qué la vida de un judío es equivalente a la de mil palestinos?

El sacrificio como virtud habilita a que la muerte sea deseada y celebrada. Desde esa perspectiva sería imposible que lo que hoy sucedió con Shalit se plantee a la inversa. Si por ventura Israel tuviera un prisionero palestino, la exigencia de canjearlo por miles de judíos no sería concebible, porque a los jefes de Hamas o Al Fatah no les temblaría la voz para dar la orden de sacrificar al prisionero en manos enemigas y el prisionero, por su lado, no esperaría otra cosa por parte de sus jefes.

No concluyen allí las diferencias. Israel tiene prisioneros palestinos, pero ellos son juzgados en tribunales constituidos por jueces que han enviado a la cárcel a más de un judío acusado de crímenes de guerra. El juicio se celebra con todas las garantías y a esas garantías el preso las mantiene en la cárcel. Los palestinos detenidos estudian, se casan, reciben visitas de familiares y de la Cruz Roja Internacional.

Ninguno de estos beneficios alcanzó a Shalit. El joven judío estuvo cinco años preso sin un tribunal que lo juzgue, sin recibir visitas de familiares o amigos y sin la posibilidad de ser asistido por los organismos de derechos humanos quienes, dicho sea de paso, nunca protestaron por esta situación, porque pareciera que a los terroristas palestinos les asiste el derecho de secuestrar y matar judíos sin rendir cuentas por ello. También en este punto las diferencias entre Israel y los palestinos son visibles y dan cuenta de dos concepciones antagónicas de la política y la vida. Durante cinco años Shalit fue un “desaparecido” público. Su cautiverio fue motivo de burlas, caricaturas ofensivas y antisemitas, y violaciones permanentes a sus derechos. El escarnio alcanzó a sus padres y a todos los que reclamaban por su libertad. Durante cinco años no lo dejaron hablar con sus familiares y si preservaron su salud fue para poder hacer posible el canje. Salvo Israel, nadie pidió por la vida de este pobre muchacho. Los supuestos barcos solidarios con la Franja de Gaza se negaron a entregar una carta de los padres de Shalit a su hijo.

En Israel la decisión de aceptar el canje en estas condiciones fue motivo de debates y enconadas discusiones que aún no se han saldado. Familiares de víctimas del terrorismo y políticos religiosos y laicos han protestado por la decisión del gobierno de Netanyahu de aceptar un canje en estas condiciones. Los opositores al gobierno han advertido que los terroristas liberados van a volver a las andadas como ya lo han demostrado en otras ocasiones. Al respecto, se recuerda que en 1985 Israel también aceptó un canje de prisioneros y un sesenta por ciento de los liberados retornó al terrorismo.

Este debate es imposible de imaginarlo en Gaza o en Cisjordania. Toda oposición en esta región es siempre oposición armada y las diferencias se resuelven con sangre. Imaginar una movilización de palestinos en contra de la decisión de Hamas o Al Fatah es imposible. Allí no hay “indignados”, mucho menos homosexuales reclamando sus derechos o periódicos que ataquen al gobierno sin contemplaciones. Tampoco existen intelectuales que planteen objeciones de conciencia, porque los únicos intelectuales aceptados en Gaza o Cisjordania son los intelectuales del poder.

Según las informaciones disponibles en Israel, los árabes israelíes salieron a la calle a festejar la liberación de sus “compañeros”. Algunas ciudades de Israel estuvieron embanderadas de consignas a favor de los terroristas liberados. En Gaza o en Cisjordania este escenario es imposible por partida doble: porque no está permitido festejar nada que el gobierno no autorice, y porque mientras en Israel viven con plenos derechos un millón y medio de árabes, en tierra palestina los judíos no tienen lugar.

A modo de conclusión, podría decirse que una sociedad que se constituye sobre la base de esos valores difiere radicalmente de otra donde la prioridad es la vida. Yo diría que la diferencia entre Israel y Palestina reside en este punto. Es como dijera en su momento la señora Golda Meier: “Los palestinos empezarán a ser libres el día en que amen más a sus hijos que lo que nos odian a nosotros”.



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