domingo, octubre 23, 2011

El rey y el halcón


Gengis Kan fue un gran rey y un guerrero. Condujo a su ejército hasta China y Persia y conquistó muchas tierras. En todos los paí­ses, la gente hablaba de sus grandes hazañas y decí­an que, desde Alejandro Magno, no habí­a habido otro rey como él.

Una mañana en la que se encontraba en su casa después de volver de la batalla, cabalgó hasta el bosque para cazar. Lo acompañaban m ...uchos de sus amigos. Cabalgaron alegremente con sus arcos y flechas. Lo seguí­an los sirvientes con los perros.

Formaban una partida de caza tan alegre que el bosque se llenó de sus gritos y sus risas. Y esperaban regresar a casa con gran cantidad de presas al anochecer.

Posado en su muñeca, el rey transportaba a su halcón favorito, ya que en esos tiempos los halcones eran entrenados para cazar. Cuando su amo se lo ordenaba, alzaban el vuelo y oteaban a su alrededor en busca de una presa. Si tení­an la suerte de ver un ciervo o un conejo, se precipitaban sobre ellos, veloces como una flecha.

Gengis Kan y sus cazadores cabalgaron por el bosque todo el dí­a, pero no encontraron tantas presas como habí­an esperado.

Al caer la tarde, se dirigieron a su casa. El rey habí­a cabalgado a menudo por el bosque y conocí­a sus senderos. Así­ que mientras los demás cazadores volví­an a casa por el camino más corto, él se internó por una senda que atravesaba un valle entre dos montañas.

Habí­a sido un dí­a caluroso y el rey estaba sediento. Su halcón amaestrado habí­a abandonado su muñeca y alzado el vuelo. El ave sabí­a con certeza que encontrarí­a el camino de regreso.

El rey cabalgó pausadamente. Recordaba haber visto un riachuelo cerca de ese camino. ¡Si pudiera encontrarlo! Pero el calor de verano habí­a secado todos los arroyos de las montañas.

Por fin, para su contento, vio un hilillo de agua que se deslizaba por la hendidura de una roca y dedujo que un poco más arriba habrí­a un manantial. En la estación húmeda siempre brotaba de aquella fuente un potente chorro de agua, pero ahora el fresco lí­quido sólo caí­a gota a gota.

El rey echó pie a tierra, cogió un pequeño vaso de plata que llevaba en su zurrón de cazador y lo acercó a la roca para recoger las gotas de agua.

Tardó mucho tiempo en llenar el vaso. Tení­a tanta sed que apenas podí­a esperar. Cuando el vaso estuvo casi lleno, se lo llevó a los labios y se dispuso a beber.

De repente, un zumbido cruzó el aire y el vaso cayó de sus manos. El agua se derramó por el suelo.
El rey levantó la vista para ver quién habí­a provocado el accidente y descubrió que habí­a sido su halcón.

El pájaro pasó volando unas cuantas veces y finalmente se quedó posado en las rocas cerca del manantial.

El rey recogió el vaso y volvió a llenarlo. Esta vez no esperó tanto. Cuando el vaso estaba a la mitad, se lo llevó a los labios. Pero antes de que pudiera beber, el halcón se lanzó hacia él e hizo caer de nuevo el recipiente.

El rey se puso furioso. Volvió a repetir la operación, pero, por tercera vez, el halcón le impidió beber. Ahora el rey estaba verdaderamente enfadado.

¿Cómo te atreves a comportarte así­? _gritó_. Si te tuviera en mis manos, te retorcerí­a el pescuezo.

Y volvió a llenar el vaso. Pero antes de beber desenvainó su espada. Ahora, señor Halcón _dijo_, no volverás a jugármela.

Apenas habí­a pronunciado estas palabras, cuando el halcón se dejó caer en picado y derramó el agua otra vez.

Pero el rey lo estaba esperando. Con un rápido mandoble, alcanzó al halcón. El pobre animal cayó mortalmente herido a los pies de su amo.

Esto es lo que has conseguido con tus bromas _dijo_ Gengis Kan. Al buscar el vaso, vio que éste habí­a rodado entre dos rocas, donde no podrí­a recogerlo. Tendré que beber directamente de la fuente _murmuró. Entonces se encaramó al lugar de donde procedí­a el agua. No era fácil y cuando más subí­a, más sediento estaba. Por fin alcanzó el lugar. Encontró, en efecto, un charco de agua. Pero allí­, justo en medio, yací­a muerta una enorme serpiente de las más venenosas.

El rey se paró en seco y olvidó la sed. Sólo podí­a pensar en el pobre halcón muerto tendido en el suelo. El halcón me ha salvado la vida _exclamó_. ¿Y cómo se lo he pagado? Era mi mejor amigo y le he dado muerte. Descendió del talud, cogió al pájaro con suavidad y lo metió en su zurrón de cazador. Entonces montó su corcel y cabalgó velozmente hacia su casa. Y se dijo a sí­ mismo:
Hoy he aprendido una triste lección nunca hagas nada cuando estés furioso.

Desconozco el autor

No hay comentarios: